domingo, 9 de diciembre de 2012

GINER Y EL CASO DE LA LICENCIA DE OBRAS.(CAPÍTULO 6)


CAPITULO 6: LE ACOMPAÑO EN EL SENTIMIENTO PATRÓN. Sábado  

 
 

A la hora de la siesta ya estaba despierto. Treinta y nueve grados, Celsius, a la sombra. Vaya nochecita, rememoré fumando tumbado en mi piltra, y mañana he quedado. Me arrepentí al pensarlo, pero es que menuda Nadiuska me había buscado doña Rosa. Un “crack”: ex soviética y universitaria. ¿Sería del Erasmus?, me pregunté. ¿Erasmus u Orgasmus?

Cuando entré tras ella en la habitación me sorprendí. Había escuchado muchas versiones sobre las habitaciones del salón Rouses, y de lo que en ellas ocurría, pero no estaba preparado para aquello.

La suite Mendoza. En los muros al temple de color rosa salmón reproducciones al oleo autenticas de Klimt y un poster del templo expiatorio de Sagrada Familia. Cama modelo Brimnes (colchón Sultán Edsele, látex, ciento sesenta por doscientos) con cabecero de latón dorado de Totana la Mayor.

-       Cuatro esquinitas tiene mi cama, y un angelito que me la guarda –le dije. Se rió y agitó las alitas.

Mesa de estudios en abedul y haya frente a la ventana con vistas a un naranjal y campos secos. En un lado armario con puerta corredera de espejos. Vellón de oveja negra a los pies. El nuevo Ikea murciano va de miedo, pensé. Otro acierto para las naciones escandinavas, me dije. Y por proximidad geográfica ella se me vino a la cabeza y me entró el remordimiento del norte. Me la imaginé con pijama, en jarras y enfadada. Me dio miedo.

Fue pasajero. Seguí con el recuerdo del encuentro: luz a medio gas y flexo halógeno para los deberes. Música de Mecano. Con clase. Aire acondicionado en diecinueve. Se puede fumar.

Al principio estaba cortado, pensando en terminar con el trabajo del lexema y marcharme abajo. Me senté junto a ella y miré las preguntas.

-       Está chupao… -le dije.

-       Pues dale –me respondió pasándome el cuaderno.

-       Tienes letra de colegio de monjas: redonda, fina y en línea recta –la halagué-. ¿Qué es lo que no entiendes princesa?

-       Nada.

-       ¿Todo?

-       Te he dicho que nada.

Una vez le aclaré las cosas se puso con ello. Inspiró y me dijo:

-       ¿Te apetece darte una ducha mientras acabo…?

Me olí y no noté nada raro: grasa de moto, sudor y ropa sucia.

-       ¿Hay agua caliente para todos?

-       Claro –me respondió, y se sonrió.

Bueno, pensé, una ducha gratis no es para despreciarla. Entré y al ver el equipamiento decidí aprovechar la ocasión.

-       Mejor me doy un bañito, ¿tienes sales?

 

Casi me quedo frito del gusto. Al acabar, salí, quité el tapón y el agua negra al desaguar dejo un cerco oscuro en la bañera. Con una toalla mojada lo espurrié un poco, pero no salía del todo. ¡Qué más dará!, me dije escondiendo la toalla bajo el bidé.

Me vestí, me peiné con un cepillo de rulos y salí descalzo. Olía a limpio y a bolas de melocotón. Seguía sentada en su silla. Concentrada. Me oyó y volvió la cabeza. Seguía con las alitas puestas. Se agitaron solas al volverse.

-       ¿Qué tal? –me preguntó.

-       Estupendo, oye, estupendo ¿cómo vas?

-       Ya he terminado, lo estaba repasando.

-       Sin prisas –respondí.

Se volvió y encaró el cuaderno. Me encendí un truja. Al poco guardó los trastos, apagó el flexo, se levanto de la silla, se sentó en la cama y me dijo:

-       Es mi turno. Ven aquí, “mataor”. -Y fui. Se cambiaron los papeles. De profesor interino pasé a alumno: nivel principiante avanzado. Se puso unas gafas de concha y me dijo seria:

-       Estate atento… y déjate hacer…

Obedecí gustoso. Me secó el pelo frotando con brío. Me quitó los bermudas y lo dejó en el suelo. Me quité la camisa. Me miró sin reírse. Se lo agradecí. Agitó las alas. Se quitó el peto con pericia. Me entró el nervio: ¿Tengo que estar enseñando canillas y costillas toda la noche?

 Me debió intuir el corte, se levantó de la cama y apagó la luz. Puso el flexo de estudios y se dejó caer el sostén modelo “noches mágicas”. Me preguntó:

-       ¿Qué te gusta?

Mis fantasías juveniles se apoderaron de mí.

-       ¿Puedo pedir lo qué quiera?

-       Lo que quieras…

Mi cabeza hervía. Tenía que decidirme. Le supliqué:

-       Háblame en ruso mientras jugamos…

Y comenzó la lección: se levantó, se puso seria, echó a andar y largó en su idioma. El sonido y el ritmo de su voz me fascinaban. Era cortante y dulce a la vez. Subía y bajaba el registro a voluntad. No la entendía nada, claro, pero tampoco entiendo la letra de muchas canciones y no por eso dejo de poner la radio. Sólo reconocía los “oles” con que citaba y remataba en cada tercio. Hablaba, gesticulaba y se movía con rapidez por la habitación. Yo sentado en la cama miraba, olía y escuchaba. Lo de las alitas: etéreo. Me entró la risa al recordar su batir a media luz. ¡Y el arnés!  Parecía de un circo, “du soleil”, pensé. Olía a hierba aplastada por un jefe huno y sonaba a carga de cosacos a la desesperada. Era la viva imagen de un imperio caído y orgulloso. Al acabar su plática, paró, se inclinó e hizo un saludo a lo “paulovo”. Aplaudí, vino y nos pusimos a ello. Siguió con su jerga pero en modo tiernos susurros. Un acierto total. Redondo.

-       ¿Es María Pía o Pía María? –me pregunté en voz alta.

 

Pero ahora me sentía culpable. ¿Qué te pasa Giner? Son “ellas” distintas, me dije. Tenía resaca y dolor de estómago. Esa tercera tortilla sobraba, pensé. Lo mejor a falta de optalidón son un par de ibuprofenos con Jumilla.

Me levanté en gayumbos y fui al armario-despensa sorteando el desorden a buscarlos. Me los tragué con un sorbo de vino tinto. Ya que estaba de pie, me hice un café de sobre con Cola Cao. Parecía poco y añadí un mojicón seco a la merienda. Mientras mordisqueaba me dije: Mañana he quedado con Úrsula. A ver qué tal me va…

Al rato, el efecto combinado de los analgésicos, la cafeína y el cacao funcionó.

-       Un poco mejor, gracias por interesarse… -dije a un vecino imaginario.

Olía a rancio y me dolían los pies. Debe ser por la caminata de la vuelta, pensé, y humedecí en el café el bollo de la memoria.

 

A primera hora me había despertado la luz que entraba por la ventana de la suite Mendoza. Mi ángel dormía a mi lado sin alas ni temor.

-       Eres preciosa –le dije.

No me oyó. Busqué mi ropa y me vestí. Tengo que hacer una colada sin falta, pensé.

Recogí del suelo el trabajo del lexema que se había caído en la batalla, lo puse sobre la mesa con cariño y me fui con las chanclas en la mano por no despertar a la Rusia dormida.

-       Adiós ángel mío, suerte en el examen… -dije al taparla con la sábana.

De camino en el pasillo escuché ruidos que salían de la habitación Cela, don Camilo José. Todavía en faena Nicasio, me dije. Como se ha subido a las “ankaresas”, se le acumula el curro.

Pensé en subir al segundo piso y echar un vistazo a la biblioteca, pero pudo más el respeto por don Fernando Savater y doña Rosa, que mi interés. Otra vez será. Si hay suerte…, me dije con pena. Una placa dorada en una puerta, Cerrada, Cristina, llamó mi atención. Leía:           

 

                                    Taller Literario y Sala Deberes

 

¡Tengo que investigar esto!, pensé. En cuando tenga un rato… Bajé la escalera despacio y llegué al salón. Sucio y con los restos de la velada temática desparramados. No vi a nadie rondando. El andamio caído con la escalera tirada encima demostraba el éxito de la estrategia militar y el trabajo en equipo sobre la buena voluntad, defensiva, de las chicas. Monos y petos por los suelos.

Recogí a Paca y los meños del guardarropa y los guardé en su sitio. Cuando iba a abrir la puerta y salir, un ronquido gangoso me hizo volver la vista. Volví a entrar y miré. En el rincón de “los bueyes y la barca” estaba Remigio. En un sofá, sin camisa, desbraguetado y portando un top, modelo “Sweet Dreams”. ¡Ah, los peligros del alcohol!,  pensé. Y agarrando al paso un botellín mediado y caldoso salí a la calle. Miré al cielo. La luz me deslumbró. Me puse las gafas. Volví a mirar y calculé:

-       Las ocho y tres, ¡joder, qué tarde se me ha hecho! –dije y acabé de un trago el resto.

 

Tras el largo y cansado paseo hasta la carretera nacional, la espera al autobús de línea, el viaje y la caminata desde la estación había llegado sobre las doce. Eché un vistazo por si hubiera alguien incómodo pululando y no viendo nada sospechoso entré al portal. Dentro saludé con la mano a la placa de latón bruñido adosada a la pared, orgullo de mis adentros. Leía:

 

“Asociación Murciana de Deportes de Riesgo y Aventura”

Sexto Piso, No Hay Ascensor                                           

Y en mayúsculas, al final, para rematar:

AMDRA

 

Perfecto, perfecto. Vaya Asociación de lujo.

No éramos muchos socios: los hermanos gemelos Curcumado y Godehardo, el enano Nicomedes, Sergio el Rubio, Paco el gitano y alguno más. Subí los doce tramos de escalones, abrí y entré. El olor a cerrado me inundó el paladar. La basura otra vez, pensé. Sin cambiarme me eché roto en el lecho. No pude leer ni una página…

 

Mojé el resto de mojicón en el vaso del desayuno y lo tragué. Sudaba como un pollo. Me tumbé un rato. Me giré sobre la piltra y apagué un pito en una lata de arenques vacía. Mañana por la mañana he quedado con ella, pero ¿y después? Seguía con remordimientos pero había que preparar la cita y la estrategia a seguir.

-       Ni una palabra, Giner, ni una puta palabra sobre la rusa –me instruí.

La primera parte era simple: playa y sol, lo malo era que no sabía cómo rematar el día. Recapitulé sobre los contendientes:

 

Ürsula, “ella”: Nórdica escandinava, uno setenta y dos. Me daba que los treinta y tres no los cumplía ya. Con posibles, descapotable blanco, ropa de marca y humanista. Cultivada. Políglota. Alimentación peculiar. Estado civil y domicilio desconocidos. Olor lácteo polar intenso y a narcisos en flor.

 

Yo –y me entró un vahído.

 

Miré alrededor. Un trastero abuhardillado en la calle de la Señora Sergia número nueve bis. Muros y tejado inclinados hacia dentro. Centro ciudad. Unihabitacional: recepción, salón comedor, zona de trabajo, sala de juntas, archivo, cocina y dormitorio polivalente; repartido todo ello graciosamente en diecisiete metros cuadrados. Muebles de diseño de la trapería Viuda de Soledad e hijos: mesa baja, taburete alto para plancha y un sofá de orejas naranja butano desvaído. Agua corriente, fría, con desagüe en el canalón de la fachada. Un ventanuco de iluminación y ventilación, treinta por treinta parcialmente inutilizado por telarañas, daba sol, aire y vidilla al lugar. Pilas de libros, amontonados en el suelo, estorbaban la circulación. Luz artificial, empalme caja del rellano. Cuatro pallets, un rollo de gomaespuma y un cubre sofás verde pistacho formaban el sofá cama vanguardista sobre el que me encontraba.

En ella moraba y, para las cosas de la Asociación, tenía la sede social. No gratis total, como ex ministro en travesía marítima, pero sí a un coste asequible. Trescientos cincuenta al mes, gastos de comunidad incluidos.

Cuando llegamos a Murcia capital, Madre deseosa de que me integrara en los círculos sociales de la clase alta, me había apuntado animosa e inconsciente a lo que aparentaba ser una asociación deportiva elitista y con posibles.

Pronto descubrí que no era del todo así. Era más bien un montaje para obtener subvenciones oficiales al deporte y que se había agotado por su propia inactividad. Por otro lado, nunca fuimos muchos socios (ficha: cuatro euros, dos fotos tamaño carnet) y con el tiempo y tras el caso de un tal Juanito (que se ganó dos medallas de oro en ski de fondo para Murcia, y al final es que iba puestísimo) no quedaron casi miembros. Me postulé como presidente con un equipo directivo de calidad (los gemelos, el enano Nicomedes, Sergio el Rubio, Paco y yo mismo), y con unas cuantas coacciones ganamos las elecciones y me la quedé: como sede oficial de la asociación y hogar personal.

 

-        Si la limpio bien y pongo unas flores, a lo mejor vale –dije en voz alta.

Deseché la idea por el alto riesgo de sr malinterpretado que entrañaba.

Aquí no puedo traerla, me dije. No en una primera cita. Y menos con aseos en  común en el rellano. Necesito glamour.

El calor ambiente y la resaca me hicieron girarme. El sudor me pegó el cubrecama a las costillas. Miré al techo y su color bilioso marrón me relajó. La de lecturas, humo y andanzas que implicaba me dieron confianza. Fumaba y pensaba.

 Sin vivienda digna y de chofer mecánico. ¡Qué panorama! No debería haberme inventado lo de las oposiciones. Y llevármela a una pensión no debo. No en esta primera fase. Se me vería la intención y a lo mejor se asusta, razoné. Un hotel de muchas estrellas sería perfecto.

¡Puta mierda! Tampoco tenía pasta. Un romance siempre es caro y yo estaba “pelao”. Y dar el palo para luego invitarla me parecía fatal. Miré la falsa factura de la reparación de la moto sobre la mesa y lo deseché. Aunque todavía me fían, pensé. Pero no. No podía llevarla a cenar al Torrezno. No en una primera cita. Y todo por la mierda de la biomasa. ¡Hay que joderse!

 

Sonó mi politono con la cabalgata de las valkirias. Me levanté del sofá-cama y lo cogí. Miré la pantalla: el patrón. ¿En sábado? Esto no era normal.

-       Buenos días. A mandar jefe –respondí cuando entraban al móvil las tropas, siguiendo la percusión.

-       Niño, ¿te has enterado de lo de Nicasio…?

-       ¿Perdón?

-       ¡No lo sabes! El gilipollas se ha estrellado con el coche esta mañana y se ha “matao”. Esto hay que arreglarlo ya.

Me quedé helado. Recordé su sonrisa en las escaleras y guardé silencio. Pobre Nicasio.

-       Pero patrón, si ha “palmao”. Poco arreglo le veo yo.

-       No chaval, te hablo de lo otro: de los papeles. No me había firmado la licencia de obras. Teodoro me está dando largas y no  responde a mis llamadas. Me ha dejado un sms y dice que sin un concejal de urbanismo no hay pleno ni licencia que valga.

-       Entiendo.

-       Hay que buscar otro enseguida. Un sustituto. Mañana hay entierro pero después… ¡Me estás oyendo, imbécil! –dijo cerril, mezquino, provinciano; jefe al fin y al cabo.

-       Sí, patrón. Con la debida atención -Anda y que te den, pensé.

-       Oye, escúchame, si se mata un concejal entra el siguiente de la lista ¿no? ¿A quién le toca ahora? ¿Tú sabes algo? Una solución quiero…

-       Ya…

-       ¿No me dijiste que tú guardabas las papeletas de las elecciones…?

-       Un segundo jefe, que voy a ver si las tengo...

Pues claro que las guardo, me dije. Puedes llevarte las que quieras y tienen el ancho y el largo justos. Raspan un poco pero su lectura entretiene y dan categoría a los aseos. Busqué entre el desorden y hubo suerte, allí estaban. En modo stock que todavía quedaban de las autonómicas en el tigre.

En el montón del papel y prensa, junto a las papeletas de los candidatos de los: “Verdes que os Queremos Verdes, Verdes Claro, Verdes Luna”, las de los: “Por el Maltrato Animal y Agrario” y la de los: “Obreros del Campo Auténtico y Reformados”,  estaba la lista de titulares y reservas de la agrupación de los:

“Vecinos del Valle, lo Importante es el Chipote”

Era ésa. La cogí y miré: tras el número uno, don Teodoro, estaban el resto de concejales: Remigio, Nicasio, una tal Tomasa y Pablo Adrian. Separados por un espacio y al final los suplentes: don Dimas Risueño de Embún y don Luis Juan de Dios Montaraz de Embún. ¿Quiénes son estos?

Hice memoria y me entró la risa. Recordé las largas esperas al sol (no computables) con otros chóferes aburridos. ¿Se lo digo o qué se entere él? ¡Qué se joda!

Me senté en la piltra y le dejé esperando un rato. Cuando consideré que habría llegado a un nivel aceptable de paroxismo cogí de nuevo el teléfono:

-       Aquí las tengo patrón: Vecinos del Valle, los supletorios son…ehh…, primero don Dimas Risueño al Buen-tuntún, digo de Embún y Luisito.

-       A Luisito le conozco, es uno de los chavales del Teo ¿no? ¿Y el otro?

-       Sí jefe. Luis es el pequeño de don Teodoro y su señora y el otro es su suegro.

-       ¡Pues ya está! Ni duelo ni duelas. Que pongan el recambio y me lo arreglen, pero ya mismo. Los socios me están volviendo locos con sus prisas. No veo yo a qué vienen tantas excusas… este Teo, me está fallando…

-       Ya, pero, es que… a lo mejor hay obstáculos.

-       ¡Pero qué obsta-culo ni que perro-flauta!

-       Bueno, el suegro está fatal. Ha tenido un ictus múltiple senil la semana pasada. Ya ha salido de la Uci pero el firmar le cuesta todavía.

-       Joder con el abuelo, no le había reconocido con tanto nombre que me gasta. Correcto meter a la familia de suplentes pero coño, ¡qué estén sanos por lo menos!

-       Estoy cien por cien de acuerdo con usted, jefe. Un buen banquillo es básico en cualquier equipo con aspiraciones de ganar la Champions –le dije. Ante el bufido que me metió me callé.

-       ¿Y el chaval?

Olía a blasfemia contenida, en sordina. Esperé un poco y apreté:

-       ¿Luisito? No sé jefe, el mecánico de don Abundio me contó  que no es mayor de edad. No cumple los dieciocho hasta la semana que viene. No creo que puedan meterlo como sustituto ahora. Nadie se esperaba esto. –Se produjo una pausa, larga, tensa. Al fin dijo:

-       Correcto, error. Entiendo. Joder con la familia… Si algo había oído yo… Bueno, a ver como se lo explico a los socios… -Se hizo el silencio en la línea-. Por cierto, mañana vienen unos cuantos y tienes que ir  a buscarlos al aeropuerto. ¿No te importa?

-       Jefe, qué mañana es domingo…  -respondí aterrado por la petición.

-       Sí bueno, pero imagina el efecto qué daríamos si tuvieran que cogerse un taxi…

-       Con mucho gusto contribuiría a la reputación e imagen corporativa del grupo de empresas –le respondí-, pero tengo la primera comunión de una sobrina-prima y no me gustaría faltar.

-       No, correcto, a esas cosas mejor no fallar que luego te la guardan…

Me acordé del Gamonedo. Sin darle tiempo a pensar que las comuniones son en mayo y junio, exclusivamente, le dije:

-       Conozco una empresa de alto standing que podría ocuparse.

-       ¿La cuál?

-       La Royal Limusinas Murcianicas, es de por aquí. Se lo paso, un momento...

Busqué la tarjeta para filtros que me había pasado el compañero en el Rouses, mediada ya pero con el número intacto. Mientras le oía apuntarlo en un papel pensé si contarle lo de la conspiración político rural religiosa que me había explicado Nicasio la víspera pero me contuve. No es bueno contarlo todo. No deberíamos contar nunca nada. 

-       Correcto, ya lo tengo. Les llamo.

-       Bien –dije. De aquí pillo, pensé.

-       Oye, ¿se te ocurre algo para arreglar este laberinto?

-       No jefe, me esfuerzo pero no llego. –Puedes esperar sentado, pensé.

-       Nos va a tocar mucho tute estos días –dijo-. El lunes sin falta me das un agua y unas ceras al Lurdes que se ha manchado en las trochas del Rouses.

-       A su disposición patrón. -Si el coche está sucio imagina como estaré yo que me has hecho volver andando mamón, pensé.

-       Ah, y tráete del merca un Kalia de colores para la ropa que no veas cómo se me ha puesto la parienta con lo de los polvos…

-       De acuerdo. Sin falta.

Se quedó callado, como pensando en algo. Al rato me preguntó:

-       Oye, ¿tú sabes si se había confesado Nicasio de reciente? Lo digo por la fiesta  y lo de la caída por el barranco. Fue todo tan rápido que a lo mejor no le dio tiempo a arrepentirse antes de diñarla.

-       Ni idea.

-       Te imaginas el disgusto de la familia si no lo encuentran en el cielo cuando vayan…

Me pareció ver pasar un ángel fumando. Recordé su sonrisa en las escaleras y los ruidos en su cuarto al amanecer. Aquello era mucho para mí. A pesar del calor me entró un escalofrío. Todo tiene un límite:

-       Le acompaño en el sentimiento patrón -y colgué.

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