domingo, 25 de noviembre de 2012

GINER Y EL CASO DE LA LICENCIA DE OBRAS (CAPITULO 5)


CAPÍTULO 5: UN “COTEL” DE VINO ESPAÑOL. Viernes 29, por la tarde

 

Don Demetrio y el señor John Goodenought sentados detrás callaban. Bajamos por el valle hasta la carretera nacional. Una vez en ésta, al poco de circular nos desviamos en el camino sin asfaltar que lleva al Salón Rouses. Llegamos en caravana. El polvo del sendero oscurecía las carrocerías. Aparcamos en un terreno allanado y seco, circunvalado con loneta verde para mayor privacidad, y nos dirigimos andando al edificio del banquete. Cada uno en su lugar. Al sol del verano.

Teodoro, el alcalde, y sus dos hombres de confianza: Remigio y Cipriano nos esperaban fumando. Tiraron sus cigarrillos cuando llegamos junto a ellos.

El Salón de las Rouses: edificio solido de tres plantas, sótano y jardincillo trasero. Casa de indiano, descuidada por sus herederos y arrendada por la “madame” a largo plazo y a buen precio. Visible desde la descuidada carretera nacional pero a la vez alejada por mor de la clandestinidad, un acierto. Muros exteriores pintados de rojo burdeos y con discreto cartel anunciador en metacrilato. En el jardín trasero piscina pilona, con hamacas y césped artificial, para deleite y bronceado del personal.

Al mando: doña Rosa. Ex maestra de primaria a la que la emigración y los recortes presupuestarios en educación habían llevado por otros derroteros. Tras el cierre de la escuela en el pueblo y con la indemnización del ministerio, quince días de preaviso como interina eventual en prácticas, montó un taller de compostura de capotes y mantillos con venta y alquiler de viejo. Pero lo anti-taurino estaba de moda y no aguantó mucho con el negocio de los hilos. Después, pues eso, que con el hambre empezó ella en una pensión con dos de las costureras del taller que no tenían ni para palillos y muy rápido prosperó.

Las niñas, desde los diecinueve hasta los veintiocho. Si a esa edad no se habían colocado, las daba la jefa la retención que a ellas detraía de sus haberes, y que  ponía semanalmente en una cartilla a su nombre, y adiós. En caso de arreglo matrimonial o pareja de hecho registrada, aquella era su dote. Hispanohablantes o soviéticas exclusivamente. Esto último por ser la Doña hija de voluntario forzoso de la división azul que fue salvado de la congelación en la tundra por una campesina rusa y se lo agradecía.

Preferiblemente altas, listas y con la obligación ineludible de lectura mínima de dos libros a la semana (policiaco, novela histórica, humor o premio Nobel a elegir) y fichas resúmenes. La novela rosa prohibida:

-       Que luego os ponéis sensibles y os da por ser generosas con el cuerpo –decía la jefa.

Y claro, no era eso.

A los fogones: Avelina, prima segunda, y sus dos hijas a media jornada.

Chulos ni en pintura. La mera mención al Tizas (don Tiziano Lanzas Broncha, primo hermano por parte de padre de doña Rosa y sargento primero de beneméritos) bastaba y sobraba para tenerlos alejados. Sin cobrar el de verde,  que por algo eran familia.

A un gabachito proxeneta despistado (alias Midí el Salmuero) que las vio solas y se quiso pasar de listo le están todavía buscando un ojo por los campos.

Así pues sólo mujeres y dos pastores, alemanes, con pedigrí. En caso de jaleo, con una chechena-serbio-bosnia, los perros, dos Luger P08 y una tal Prudencia se apañaban.

Bollerías las justas, el botellón desterrado y las sustancias tóxicas no recomendadas.

Jurídicamente registrado como bar restaurante, hotel y residencia señoritas. Todo junto.

Es un negocio hermoso y bien dotado, pensé.

Ya había estado yo otras veces a llevar al jefe y sus invitados y me conocía el paño por fuera pero nunca se me había permitido entrar hasta ese día, puertas abiertas, que invitaban ellos. Y el alcalde…

Sabía por el chofer del Abundio que la reserva estaba hecha desde el miércoles. Cuando fue a cerrarla la informó a la Doña que entre los invitados habría algunos de color y, siguiendo instrucciones, preguntó si eso era un problema. Doña Rosa le respondió:

-          ¿Racista yo? No hijo, no, pobrecillos que bastante desgracia tienen ya con ser negros…

 

La anfitriona nos abrió las puertas sonriente; en traje de noche rojo satén que el sol de plomo resaltaba. Dos chicas la flanqueaban. Vestidas de fiesta, monos de obra amarillos y zapatos de tacón (estilo sirena, tul de plumas y lencería en tonos pastel). En el ropero otra (mono azul, corsé, camafeo, polaina y sombrero de copa). Aquello prometía. Estaba reservado, fiesta privada…

Poco a poco fuimos pasando al hall. Unos, con desparpajo, el nuevo, yo, algo cohibido.

Entré, según protocolo, tras el secretario y el bedel y la del mono azul  me dijo sonriente:

-       Bienvenido a la “Velada Temática de la Construcción”. Por favor depositen aquí sus abrigos y sus armas.

Abrigo no gasto pero ¿las armas? Mejor entregarlas, pensé, así no hay sangre. Saqué a Paca del bolsillo delantero de los bermudas y tres cantos del bolsillo interior del chaleco.

-       Gracias señor -me dijo la chica mientras me daba una medallita de una virgen, de la colección del ABC parecía, como prueba e identificación del depósito. Desde luego que modales. ¡Señor! No era muy frecuente que me trataran de esa guisa. De hecho una o ninguna.

-          Muchas gracias, fresadora… –la requebré sin gracia. Pero no había acabado conmigo todavía. Señalando con la mano un cartel (treinta por cuarenta, plastificado) tras ella en la pared, en el que se veía el busto de un obrero con casco cruzado por dos rayas rojas y la leyenda: “No Hat No Job”, me dijo:

-          ¿Preventivos? Sin casco no hay trabajo –y me echó una mirada de amiga pilla-: y muchas gracias por asistir a nuestra velada… -

Miré la caja china que me enseñaba, llena de preservativos (retardarte, diábolo y con sabor a fresas) y negué con la cabeza. No estaba de humor. Debía tener gripe. Ürsula, ¿qué derecho tienes a hacerme pensar en ti todo el día? Cuando crucé el reloj de pared daba las tres.

-          ¿Velada? –le pregunté-. No sería mejor llamarla “Merienda”.

No sabía lo que me esperaba dentro.

Y entré. El conjunto Salón Rouses estaba perfectamente organizado. En planta baja: recibidor, ropero, salón comedor amplio, cocina, vestuarios, baño de señoras y de caballeros, almacenillo y un privé de negocios. Ciento ochenta metros de planta. Una puerta en la cocina llevaba al pilón y a la zona solárium para las chicas.

En la esquina del fondo, una escalera de caracol estilo lo que el viento se llevó y muy del gusto indiano, conducía al primer piso. En él, los dormitorios y suites. Dos pasillos enmoquetados y con apliques de pared en tonos rojos las agrupaban. En uno, las habitaciones de invitados; denominadas, dada la afición a la lectura y profesión de la dueña, con sus preferidos. Así: suite Mendoza, sala Coetzee, salón los Marías, dormitorio Cela y otros. Era el ala de trabajo y relajo del visitante.

En la otra ala: vivienda de las niñas, por parejas. Baño individual.

En el piso superior, el “sancta sanctórum”: la vivienda y aposentos de Doña Rosa. También a ese nivel estaban el cuarto de invitados y la biblioteca (Savater, Don Fernando), centro de estudios, reflexión, lecturas y sentido común. Con vistas a la sierra y a la piscina pilón.

Entré al salón y aspiré hondo: olía a patata nueva frita y huevos de granja de dos yemas.

Ochenta y dos metros, útiles, calculé. Los muebles y cuadros que conocía ya de oídas seguían allí, pero el attrezzo era sorprendente. Embebidos entre los sofás y las mesas, puro estilo casino cartagenero, barroco tardío, un andamio alto y escaleras con restos de pintura de brocha se repartían por la sala, pegados a los muros. Tejas huecas como ceniceros. Cascos sueltos para los invitados, cintas métricas dejadas como por azar sobre las mesitas auxiliares. Martillos romos. Una libra de clavos y un cincel. Sacos de cemento blanco apilados en las esquinas. Carteles de prohibido circular sin casco. Arneses de seguridad colgados de las lámparas de araña.

Todo un detalle, pensé. ¡Guau!, aquello era un lujo temático. El salón era una tentación urbanística. Nadie, del sector, con sangre en las venas se resistiría. Era perfecto como lugar de reunión: nadie mira a nadie dos veces, salvo a las niñas, todos se sienten un poco culpables y se relaja el ambiente. Y lo que pasa en el Rouses, se queda en el Rouses. Es un axioma.

Además una docena y media larga de chicas. Sonrientes, hablando entre ellas, sin maquillaje, relajadas. Debían venir de tomar el sol y de bañarse en el pilón. Y lo más logrado: en traje de faena. Todas con monos de obra o petos (azules de Vergara, observé) a colores, gorras de cinco paneles (sarga y algodón con respiraderos, visera curvada y cierre velcro) o casco (integral de seguridad reforzada). Las del peto dejaban ver el top por debajo. Colección del pasado invierno de la Victorias Secret me pareció. Tacón largo para favorecer el andar insinuante. Altas, esbeltas, rubias, morenas….

Mezcla de nativas, hispanas y, ya explicado, oriundas de las repúblicas socialistas soviéticas. En pequeños grupos, sólo ellas, de pie o sentadas como en un salón de té, excepto dos subidas en lo alto del andamio.

Sabía yo de las normas estrictas que regían el negocio. En la planta baja estaba terminantemente prohibido el ir sin bragas. Y sin  sostén sólo en la fiesta de la espuma (el día del solsticio de verano) y la víspera de Reyes (invitados de estricta etiqueta: Rey mago, Herodes o de sanedrín). El resto del año, decoro. Y siempre con la ropa interior limpia, por si acaso.

Cables colgando, acabando en casquillos de obra con bombillas azules, ponían el punto canalla. La estancia, ya amplia, se engrandecía con la decoración. Los cuadros, los que ya me habían contado: todos reproducciones auténticas al oleo de Sorolla (en la playa, ninfas y críos, un par de huertas…) y un retrato del dieciocho de autor y sujeto desconocidos, con bigote. En general correcto, aunque los marcos dejaban algo que desear.

Un saco de cemento (gris, de veinte kg) en el carro de las bebidas junto a la cristalería bohemia y danesa le daba un toque como elegante al bebercio. Menaje de Ikea.

Un mueble bajo en madera noble, radio tocadiscos años sesenta, ocultaba el “Bang & Olufsen surround” y el cuadro de luces. Al mando Lola Teclados, ex cajera del súper rescatada de su triste destino por el programa de jóvenes talentos de la Seño. Música ambiente del Battiato (yo quiero verte danzar), en versión original.

Nadie del sector se podría resistir a ese ambiente, a tanta tentación. Monos, cascos, andamios, cinturones de herramientas en la cintura, destornilladores romos y de estrella, tornillería variada…

Asentí con la cabeza. Otro acierto de mi profe: fiesta temática de la construcción. Esto iba a crear escuela. ¿A lo mejor se podía incluir en la solicitud de ingreso al club de los promotores selectos, el PS-20? Para el día de la patrona…

El grupo de capos cabreados, Don Demetrio y Juanito el abogado, nada más llegar se fueron directamente al privé, de nombre Delibes, arrastrando al alcalde con ellos.

-       Todos “pa” dentro Teodoro. Error, a ver explícate.

Cuando abrieron la puerta para entrar, entreví una mesa de reuniones, seis sillones en cuero negro y una pizarra con sus tizas. Un diez puntas de venado colgado sobre el encerado por toda decoración. Sin ventanas. Lo dicho: en la planta baja, decoro. De lo que se dijo e hizo dentro  no puedo dar fe, ya que ni fui invitado ni les hacían falta camareros.

Me fui a dar una vuelta por el local y a pedirme un trago. De pronto, sonó mi melodía de las Valquirias. Miré la pantalla y era ella. Vaya momento, pensé. Respondí y su voz me llegó ahogada:

-          Hola Ginés. ¿Cómo estás?

-          Bien. Cantando un tema de derecho administrativo.

Sonaba una canción del Perales con sentimiento. Las chicas pululaban graciosas.

-          Ah. ¿No hay mucho ruido?

-          Ya ves, lo normal –respondí sin comprometerme.

-          Giner, te llamo porque tenemos una presentación esta tarde en la Fundación y… ¿a lo mejor te apetece venir? Luego nos podemos tomar algo, si quieres…

Joder, pensé. Vaya si quiero. Pero hasta que no lleve al jefe de vuelta no puedo.

-           No te lo puedo decir. Bueno sí, sí que me apetece pero no sé a qué hora acabaré de dar el temario. ¿De qué va el rollo?

-          ¿El rollo?

-          La charla esa...  

El satélite me devolvió su risa polar. Me entró un escalofrío. Podía olerla desde allí. La DJ metió samba brasileña a veintitrés decibelios.

-          Tonto… No es un rollo, es una charla-debate sobre el cambio “…aatico” ¿Te apuntas?

No entendí la primera parte. Sólo su reclamo de verme.

-          ¿A qué hora es?

-          Empieza a las cinco y media. Luego a las siete cenamos unos emparedados.

¿Cena a las siete? Será una merienda, vamos digo yo. Continuó ella:

-            Después si quieres preparamos la excursión del domingo. Te invito a una “birra”…

De nuevo su tele-risa me impactó. Pero no podía comprometerme. Aunque el jefe es de trago largo y polvo corto no tenía ni idea de a qué hora se piraría. Lo mejor era quedar en abierto. Le dije:

-          Si puedo me acerco, ¿vale? Siempre me ha atraído la teología. El cambio cismático suena prometedor…

-          Tonto… Siempre me haces reír. Ven, nos lo pasaremos bien…

Podía oler su risa. Me ponía a cien. Aunque por otro lado, tanto “tonto” me confundía.

-          Si llego, llego. Si no, te veo pasado mañana… -respondí. Y colgué.

 

¿A qué hora acabará esto?, me pregunté.

Pero ¿qué prisa tienes en verla chaval? ¿Es que no hay niñas por aquí?

Es por lo de la indemnización de la moto, me respondí.

 

Miraba al salón Delibes y no salían. Daba vueltas por el local observando la decoración y a las niñas. En el estéreo sonaba la banda sonora del “Moulin Rouge”. Un olé por Lola DJ.

Me acerqué al carro de las bebidas e hice una comanda a la encargada (en traje soldador de plomos y una caja de herramientas a los pies):

-          ¿Me pones una cervecita, fontanera mía? –le requebré-. Y un Sheridan con leche merengada por favor…

-          Sí cariño. Lo de la cerveza, vale, pero la leche merengada se nos acaba de terminar. Aunque tú tranquilo, que ya hemos hecho el pedido y tan pronto como llegue te lo mando por paquete postal aéreo, urgente –me dijo la lista del bar, sonriente. 

Me alejé de allí sin responder. Estas cosas no se piden en los locales de lujo, pensé.

Con el botellín en la mano (sin vaso, que no me lo había puesto la guapa ni yo atrevido a reclamarlo) me situé junto a uno de los grupos. Eran cinco. Copas mediadas. Hablaba Remigio, concejal de Deportes, Comunicación y Protocolo con la jefa:

-          Motivación, es lo que te pedimos Rosa, un poquito de motivación nada más.

-          Sí, si lo entiendo; pero ya os pagamos la equipación de los chicos; y no faltamos ni a un partido, eh. No tendrás quejas de nosotras…

Remigio se retorcía las manos. Gruesas, dedos rechonchos, acostumbradas a trabajar la tierra. Traje beige claro sin corbata. No le cabía en la cabeza que se le negara algo tan simple.

-          Qué sí, qué ya lo sé, que no es eso. Que lo que yo quiero decir es que hay que motivar a los chavales. No sé, alguna prima o algo así.

-          Mira Remigio, yo más no puedo poner, que está todo muy caro…. –le respondía Doña Rosa mirando al suelo.

-          Oye, que esto es en beneficio de todos. Al equipo ya le hemos puesto tu nombre: El Deportivo Atlético Rouses; ahora sólo queremos una ayuda para lo de las primas…

-          Qué no Remigio, qué no, ¡qué no llego! A lo más os pago unas sudaderas, con mi logo impreso en rosa, para que no me pillen frio los niños en invierno…

Futbol, pensé. Esto es de altos vuelos. Sabía que el Rouses patrocinaba al equipo juvenil de los mozos del Valle, en un patrocinio tan inusual como efectivo. Los niños, en plena adolescencia, se esforzaban como pocos y les dedicaban a ellas las jugadas y los goles. Las niñas, de la casa, salían los domingos por la comarca cuando tocaba fuera, o al pueblo, cuando jugaban en casa y se distraían un rato. La madame obtenía una publicidad impagable y una cierta distinción social. El equipo, medios y la envidia de los clubs contrarios por su afición.

Ya se sabe que el fútbol es así… Bebí a morro y me limpié con la manga.

Pero querían más pasta. En el estéreo Lady Mermelada cantaba aquello del “quichi quichi yaya tata” y luego “voulez vous coucher avec moi, se soir”.

Me caía bien de siempre doña Rosa. Era oriunda del pueblo de Madre y al tratarme desde los días de los baños comunales en el pilón de la plaza, habiéndome por tanto rascado con jabón lagarto hasta el “pitirrinín”, pues nos teníamos cariño. Fue además mi primera maestra y me inculcó el gusto por la lectura.

El patrón estaba ciscando por su lado y no salía. Tenía tiempo y decidí entrar en juego:

-          No quiero interferir, pero he oído que lo que priva ahora en el mundo deportivo de la capital es lo de las remuneraciones en opaco. Por la cosa del fisco, ya sabéis…

Me miraron divertidos. Antes de que me echaran, continué. Le dije al concejal:

-          Yo lo veo como tú. Es un tema de motivación. A lo mejor si les prometemos, con su permiso y con el debido respeto por supuesto, y sólo si ganan el campeonato y promocionan a segunda claro…, una sesión “light” en este local, por la tarde, con las aficionadas del club, entonces…

Lo pillaron al vuelo.

-          Oye, eso no está tan mal, pero sin alcohol que son todavía menores –dijo Remigio.

-          Claro, claro, sin alcohol por supuesto. No sé, se me ocurre que por ejemplo de cinco a nueve, con música de los Bee Gees y algo de disco. Vamos digo yo, por decir algo. ¿A usted qué la parece Doña Rosa? –añadí.

Se echó a reír con ganas la aludida. Sus ojos destilaban simpatía, diversión, osadía y olía a ese punto de picardía, tan propio de la madurez. Respondió:

-          Hay Ginesito, pero que cosas que me tienes… -y volviéndose al concejal le dijo-: Mira con eso sí que puedo contribuir. Tengo que hablarlo con mis niñas pero no creo que haya problemas… -Tras pensarlo un poco añadió: ¡Lo mismo me apunto yo también!..., es que están de un guapo con los pantaloncitos cortos…- se justificó-. Pero me tienes que mirar lo del Ibi, eh…, a ver si lo puedes bajar…

-          Eso no es mío –respondió Remigio-, pero sí te lo miro con el de hacienda…

Me alejé de prisa. Todo son negocios, pensé. Compras, acuerdos, ventas, engaños, coacciones, publicidad, propaganda…. Comunicación y regateo, no es más que eso. Punto ganado cambio de tercio.

 

Y no salen los jefes.  Se me está haciendo tarde para mi cita.

Surgieron las tortillas de la cocina, llevadas por dos pelirrojas con los petos abiertos (sostén estilo bailarina-chica neón, respectivamente) y colgante de perla en el ombligo. Nos acercamos todos a la mesa central. Sobre ella, vino del país, güisqui del caro, altramuces, caviar, papas al ajo cabañil y “gin & tónicas”.

Atraídos por el olor, o por casualidad, salieron los del privado en ese momento. Caras serias. Se acercaron al condumio. Disimulando, cambié de sitio y puse la oreja hacia el grupo del patrón. Olía a tabaco, a carbonilla y a sudor. Olía a alcalde con mando en plaza. Decía éste a aquél:

-          Qué no pasa nada hombre, no pasa “na”, esto te lo avío yo en un “bai pas”.

-       ¿En qué? -En un “plis plas” le traduje al oído.

-          Ya lo he dicho antes -continuó Teodoro-, comprenderás que no podíamos hacerle un feo al “boy”. Si quería hablar, que hable. No podemos discriminar. Anda, anda, come que se enfrían las tortillas. Mira que pinta tienen.

-          No ya, correcto, sí, la discriminación… ¿Pero qué hay de lo mío?

El alcalde se puso serio. Se arremetió los genitales y le dijo:

-       Bueno Demetrio, a ver cómo lo arreglamos. Tú sabes que los concejales están a dedicación parcial y no les puedo imponer la jornada completa. Además hay vacaciones y están los paquetes al Caribe y a La Manga pagados. Y anularlos tiene gastos. Si tuviéramos medios… convocaba yo otro pleno enseguida.

¿Medios?, me dije. Me iba a tocar otro viaje al monte, bajo el algarrobo.

-          Correcto. Si es por eso, dime cuánto y no hay problema, pero arréglalo pronto –dijo mi patrón.  El alcalde le soltó una bomba:

-          Bueno y está lo de don Dimas. Nos ha pedido al ayuntamiento que le arreglemos el campanario y que pongamos calefacción en la Iglesia. Que ahora es Agosto pero no sabes tú el frio que hace en Enero. Y no nos llega el presupuesto municipal para “tó”… No sé, bancos de misa con hilo radiante o algo así…

-       Te estás pasando Teo, te estás pasando varios pueblos. ¡Qué es eso de que no tenéis dinero! A ver, ¿qué vais a hacer con la pastizara que os lleváis por las tierras?

-       Joder, Demetrio, modernizarnos hombre, modernizarnos. Mira he contratado un gabinete de imágenes y me he “asesorao”. Tengo pensado retransmitir los plenos por internet y crear una agencia de comunicaciones. Tú que sabes de todo, dime qué te parece el anuncio que voy a largarme…

Y sacándose un papelote del bolsillo trasero, leyó triunfante:

 

“Queremos ser un municipio transparente, una caja transparente, donde los vecinos (y el mundo en particular) vean todo lo que sucede dentro y que los que estemos dentro no dejemos nunca de ver a los vecinos y a la bicóncava. Hay que estar debajo del toldo cuando llueve”.

 

Aquello sonaba a jaula de zoológico pero me contuve. El patrón carraspeó y respondió:

-       Sí claro, error, el internet, cuando llueve, la caja.... el toldo… -parecía que se resistía pero cedió, dijo-: Correcto, vale, ya te mando yo a un portero de mi oficina que es un fiera con las computadoras… En fin, espero que con esto ya esté todo y no haya más laberintos. Dile al pájaro que nos ocupamos nosotros de lo de las campanas y los bancos para el culo caliente… ¡Hay que joderse!  

-          Fenomenal, hombre, fenomenal. Ves como hablando todo se arregla. Vale, siendo así  me muevo y te llamo con los detalles. El próximo viernes, aunque sea periodo vacacional. A ver qué se puede hacer. -Se calló de pronto y se quedó como pensando en algo-: No sé yo si no va a ser un poco presuroso… Mira, lo del piso piloto puede empezar en cuanto apañemos lo del campanario. Te doy luz y agua ya misma, se pone como si fuera una instalación agropecuaria y luego regularizamos. Anda, come.

El cura tiene un buen premio, me dije. Me daba a mí que en lo de retrasar la aprobación de la licencia estaban todos en el ajo. El jefe había tragado. ¿Qué podía hacer contra el poder político y el religioso jugando en equipo?

Esto no puede durar mucho más, pensé. Con un poco de suerte nos iríamos pronto y podría ir a verla. Miré a la mesa y no quedaba pan. Me alejé disimulando con un plato de tortilla entera a la cocina. Cuando me iba oí decir a una morenaza con casco verde melón:

-          Te adoro, Teodoro. Acaba, ven a mí y conéctame, encájame en el toldo…

 

Cuando volví de comerme mi canapé, el jefe ya no estaba. Observé como los rivales se marchaban sin hacer ruido ni despedirse. Claro, ellos ya tenían lo suya y no querrían líos cuando el nivel alcohólico erótico festivo se disparara. ¿Y nosotros? ¿Cuándo nos vamos?

Pensé en aprovechar el tumulto y pirarme sin el jefe pero me contuve. Nuestro abogado me había visto y también habría que llevarle de vuelta. Mister John Goodenought no era un mal tipo. Estaba en una esquina bajo una luz azul, con dos matronas eslavas con peto (y estilos top interior de sirena-heroína de comic, respectivamente) que le reían las gracias. Se apoyaba con estilo en uno de los andamios. Le habían puesto ya las niñas un casco de obra rojo sobre el pelo corto y rizado y no parecía molestarle. Combinaba bien con la chaqueta de franela a rayas que llevaba. Si no fuera lo que era, podría dedicarse al monólogo. Como profesional. La combinación de colores, vestimenta y acento (de la misma Línea de la Concepción), es imbatible, pensé.

Me vio y me hizo señas. ¿A lo mejor éste se sabe el programa? Me acerqué a ellos sonriente y me puse en el círculo. Me miraron con curiosidad.

-          Hello pisha. ¿Te diviertes? –me saludó.

-          Claro don BastanteBueno, mucho… por cierto ¿cuándo quieren volver a la ciudad?

-          No hay prisa “shiquillo”. Ven, que te voy a presentar a unas amigas –me dijo riéndose-. Estamos con una cata y agradecería sobremanera una segunda opinión.

Y sin esperar mi respuesta sirvió un vino y me lo puso en la mano. Ya estamos, pensé. La tontería y la bobería del bebercio. Era obligatorio en esos días el tirarse el moco enológico en las comidas. A presumir toca. Pero Juanito, si a éstas no hay que impresionarlas demasiado, me dije mientras miraba la copa medio llena. Bueno, pues a por ello. No pasa nada. Me limpié la espuma cervecera con la bocamanga; agarré el vidrio, tipo bordelesa-burdelesa, por la base y me fui a por la primera: la visual. La puse al trasluz de la bombilla de obra y dije con cara seria:

-       Limpio. Color rojo, tinto, con matices azules intensos…

La incliné de lado. El cenicero de obra se reflejaba en el líquido. Improvisé:

-       Reflejos teja. Color ceniza residual.

-          Ele pisha –me respondió el gibraltareño. Mientras las niñas le reían la gracia al negro, la apoyé en el costillar y mirando de arriba abajo dije:

-          Gota lenta. Color ladrillo iglesia.

Puse cara de entendido y me fui a por la segunda. La más chunga. Es sabido que el olfato es cien mil veces más potente que el gusto. Por lo menos. A vaso parado metí la nariz y dije:

-           Bien, mucho.

La memoria olfativa no me venía y decidí pasar de esa parte. Ahora la prueba de fuego, pensé. La agité girándola con brío para invocar los aromas. Un chorrito le cayó a la más alta por el escote, impregnando su “Angel’s Acuático”. La música, una voz ronca y cazallera, entró por los altavoces diciéndole a Roxana que no tenía porque llevar ese traje por la noche.

-          Que frío –dijo la niña. Y se bajó el peto, contoneándose, luciendo cuerpo. Se entreveía en el hombro un tatuaje que venía de la espalda. 

-          ¡Con potencia! –añadí. Metí las napias hasta el culo y aspiré repetidas veces. Recuerdos y aromas: el humo del tabaco, el sudor, las colonias y las feromonas ambientes no me permitían discernir con criterio.

-          Dale niño –me pidió el abogado.

-          A la nariz, sutiles aromas primarios a uva. Y a tabaco, rubio y negro residual. -Miré de reojo y aunque notaba aprecio por mi juicio, éste parecía corto. Pues nada, más de aromas primarios. Agité y volví a olisquear. Dije-: A tierra. Seca, pluviometría escasa, diría yo. Retro-olor a huevo y a patata, nueva.

-          ¿A ver? –dijo la otra chica. Aspiró e hizo un mohín gracioso. Tomé un trozo de tortilla de un plato para aclararme. No iba tan mal.  Me quedaba la secundaria y la terciaria pero me estaba cansando ya. Además tenía prisa. Resumí:

-          Fermentación en cuba. Restos de alcohol. Crianza en madera. En taller: carpintería roble, a tierra, pizarra y granitos. -Les tenía enganchados con mis bobadas. Bueno a por la tercera fase. La sobrevalorada: la cata. Primer trago: me eché al coleto media copa y me la tragué.  Está bueno, es de los caros, pensé. ¿Y qué les digo ahora?

-          Arsa pisha, no te atores –insistía el abogado.

-          En boca, sabrosón –improvisé-, seco, bien armado, puntito picante –dije mientras miraba el escote de la chica-. Con sabor a uva y fresas. -No estaba mal. Venga la última y lo dejo, la retronasal. Bebí y lo dejé bajo la lengua. Respiré y dije-: Retrogusto solido: a tinta del país. Taninos y sol –concluí.

-       ¿De verdad? -La alta me miraba atenta y sonreía. En su honor rematé con un:

-          Con cuerpo, elegante y promesa agradable en boca. Tragué el líquido. De un sorbo acabé con lo que me quedaba en la copa. Se me escapó un eruptillo gracioso. ¿A lo mejor tenía que haber escupido? Juanito el abogado me miraba con cara de asombro. No es que importara, pero tenía mucho mando y mejor estar a bien con él. Me dijo:

-          Hey, sabes de todo, chaval. Muy bien pisha, muy bien…

-          Gracias Mister BastanteBueno, muchas gracias. El patrón, ya sabe, que tiene un presupuesto importante para formación del personal y claro…

-          Eso está muy bien. Educación, es el futuro… -Prueba superada, me dije. Y con piropos para el jefe. La eslava me miraba mientras se acariciaba la zona corpórea enrojecida por el caldo y por mis bríos. Sin hacer caso del negro me dijo-:

-          Oye ¿me ayudaras a limpiarlo, no? -Mientras se desabrochaba el corchete del top y se lo quitaba. Iba en contra de las reglas pero existía justificación higiénica suficiente-. Mira cómo me los has puesto… -y se reía la picarona. Trozos de cinta aislante roja, en cruz, cubrían los pezones. Explosivos. Cuidadín, cuidadín, me dije, una cosa es tomarse un vino con el “Lawyer” y otra muy distinta el levantarle una rusa al representante de la pérfida Albión. No quería líos. Improvisé una excusa coherente y educada:

-          Encantadísimo jovencita, si no fuera porque está usted departiendo ahora mismo con el primo hermano de míster “Proper”. Don Limpio que le llaman aquí en acertada traducción –dije señalándole-. Estoy seguro que él atenderá a todas sus peticiones, sobrepasando sus expectativas y las especificaciones más rigurosas que tenga a bien imponerle. -Esperé su reacción, la de él, y cabeceaba asintiendo. Se puso serio y les dijo a las niñas:

-          Este, ¿ustedes por un casual sois putas? Eh… -Se miraron entre ellas y se rieron. ¿A ver si me va a ser un lila?, pensé. Vamos ¿pero dónde se pensaba el abogado que estábamos? ¿En un tribunal? Y aclárate por favor, de tú o de usted. Le respondió la despetada:

-          Escorts, si no te importa. De alto standing, mi amor…  

-          O.K. Es mi deber informarles que su declaración es voluntaria y sienta precedente. Cualquier acción ulterior por mi parte estará prefijada por la misma -respondió serio y con la mano sobre el corazón.

¿A lo mejor no es tan tonto?, me dije. Se está cubriendo y con testigos. Un poli mato sí que me era, me sabía de todo. La bielorrusa le echó los brazos al cuello y al girarse mostró en su espalda el tatuaje. Reconocí la imagen de Miguel Strogoff arrodillado, ofreciendo lo que parecía el maletín nuclear ruso abierto a don Boris Nicoláyevitch Yelsin. Éste, botella casi vacía en una mano y la otra extendida sobre el disparador, miraba complacido hacia arriba, al cielo del cuello de la niña.  Estilo puro realismo soviético, me dije.

Bueno, ya está bien de congeniar con los jefes. A ver si sabe algo. Le pregunté:

-          Señor ¿a qué hora desean que les lleve de vuelta al despacho? Al jefe y a usted…

-          Pisha, cuándo toque.

No hay forma, pensé. Incliné la cabeza despidiéndome y les dije:

-          Damiselas, don Limpio, un placer. Si me disculpan tengo que ir a recoger un vaso. Luego nos vemos…

 

Estaba loco por irme pero el patrón seguía perdido. No llego, me dije. ¿Dónde se habrá metido? Para pasar el rato, sin tantos peligros y tentaciones alrededor, me fui a la cocina. A lo mejor tenían batidos y pillaba un malta quince años con vainilla. Ni la Avelina, ni sus hijas, estaban ya. Los cacharros limpios como si no se hubiera frito nada. Buena pieza, pensé. Qué sé yo que la tortilla mancha mucho.

Mientras rebuscaba sin éxito por entre los armarios altos oí entrar a Nicasio descojonado. Se sorprendió al verme sobre un taburete y me dijo beodo:

-          Giner, canijo imberbe. ¿Qué haces ahí subido? ¿Si quieres traigo una escalera?

Le miré y estaba ya descamisado; llevaba puesto un chaleco portaherramientas multibolsillos (fabricado en nylon, rafia amarilla) en los que portaba un batiburrillo de destornilladores, clavos y botellas licor tamaño compañía aérea. Le respondí:

-          ¿Qué pasa, Nicasete? que te pone el anisete… -dos botellines de anís del Mono sobresalían en el chaleco, entre un martillo (romo, plástico duro, ancho, de remachar) y una linterna (Luz led, alto rendimiento, consumo aceptable). No me cae nada mal, de hecho somos medio algo de familia. Pero las referencias a mi talla, vertical, me enervan un poco. Sonreí para quitarle hierro al pareado y le dije-: Tío, ¿qué haces tan solo? Ni siquiera aquí ligas, mamón…Tomate algo, chaval…

-          Síi -resopló-. No quiero más; hasta que se vaya el Teo, yo, formalito. Hay dos bielorrusas que… Me han prometido que me van a hacer de lady Chaterli, y que tengo que ir de amante ¿tú sabes de qué va?

Esto viene directo de la tercera planta, de la biblioteca, pensé. Era mi oportunidad de hacerle pagar por sus palabras. Por la primera, por lo de canijo:

-          No es qué, Nicasete, sino quién.

-          Ya. ¿Y quién quien?

-          ¿No lo sabes? Pero hombre, si la lady esa, la Chatterley, era la amante platónica de don Juan Tenorio y se pasaba el día tejiendo y destejiendo, esperando a ver si llegaba Ulises y se la trabajaba.

-          Eh, sí, ahora que lo dices, me suena…

-          Sí, sí. Prepárate que se tiró la piba siete años sin mojar hasta que llegaron don Juan y Ulises. Tú tienes que hablarlas como si fuera en griego, ¿lo pillas?

-          Síi -Asintió pensativo.

Ahora a por la segunda, pensé, aunque suave, que el ser lampiño me ahorra tiempo y gasto en jabones y cuchillas.

-          Las niñas, ¿te han dicho si son de Ankara capital o de otro pueblo de la Bielorrusia?

-          Ah, pues aquí sí que me has pillado. Ya me entero y te digo. ¿Tú sabes si...?

En paz, mamón, pensé. Y ahora al cotilleo social según tradición tan nuestra:

-          Claro, claro –dije cortándole-. ¿Qué tal la abuela? Le duelen mucho las anginas…

-          No sé. Deben estar secas ya –y se rió gozoso-. Se las quitaron a los nueve años…

-          Pero tío ¿y por qué has llegado tarde? ¿No te ibas a urgencias con ella…?

-          A mí me han dicho que a las dos desapareciera, y yo soy como el Zorro…

Lleva un pedo catedralicio, me dije, pero éste sabe algo. Me daba igual el tema, pero ya se sabe que la curiosidad es como es: autónoma.

-          Por cierto ¿qué es eso de pararnos la licencia? ¿No habíamos pagado ya todo?

Y se explayó. Se debía sentir culpable y entre eso y la que llevaba encima lo largó todo. Habían sido los competidores capitalinos. Se habían ligado al cura (maldito clero) y le habían prometido que si les ayudaba a retrasar lo nuestro, le podrían construir una iglesia modernita en el Valle. En la zona terciaria de servicios. De estilo mexicano y funcional, con ladrillo de iglesia, del fino y caro, matizaron.

Aceptó don Dimas, pastor, la promesa firme del templo. Pero “quid pro quo” y acordaron la movida con los rivales. Don Dimas tenía que guardar silencio al principio y presionar al alcalde. Dijo aquello tan nuestro de:

-       “Algo habrá para la Iglesia, de todos y de todas”.

Y por nuestra parte no lo había. Entonces se organizó una reunión en el colmado de san Dimas, café bar, entre Dimas cura, Teodoro y el mesero Dimas (éste ahora como facilitador del mitin y hombre de Dios). Nicasio como concejal de urbanismo y firmante necesario de la licencia también fue invitado. En ella se concluyó que a menos que se rehabilitara y calefactorara la vieja iglesia, don Dimas iba a poner a verde al consistorio en pleno en el sermón del domingo.

-       Obras son amores y no buenas razones… –clamaba al cielo el pastor.

Y era mucha amenaza. Sin ganas de pelea con los representantes de Dios en la tierra, don Teodoro tragó. Total, no iba a pagarlo él. Y ya estaba. Y entonces Dimas, mesero, conchabado con el capitalino de la mierda y el otro Dimas, ahora como promotor, propusieron lo de dar sólo una licencia en el pleno de hoy. Y la otra cuando se obtuviera una ayuda voluntaria, por caridad. Para eso, para lo de las campanas y el confort. Don Dimas se despidió con otra cita bíblica:

-       Qué lo que haga tu mano izquierda, no lo sepa tu mano derecha… Amén.

Y así de simple era. Y de malévolo.

Y ya sabía yo como había acabado la cosa entre Teodoro y el patrón. Por goleada; les habían machacado por goleada. La política es siempre local, pero el dinero se ha hecho global, pensé. Y no era por la pasta, no, no era eso. Era algo incorpóreo pero más importante: la reputación. El patrón les había prometido a los de la Real State Inmobiliaria Lima Limón que hoy tendrían la licencia de obras; y no era así. Joder, ¡qué imagen! Tercermundista, como mucho… ¡Qué se joda!, me dije. Y estaba claro que Juanito BastanteBueno ya habría informado a su Gibraltar y a su Londres. Vamos, segurísimo... ¿A lo mejor Nicasio sabe por dónde anda el patrón?, me pregunté. Se está haciendo tarde. Cuando iba a interrogarle una voz me lo impidió:

-       Ah, estás aquí Giner. Ya podía yo perder el tiempo buscándote. Hay que estar más diligente –me dijo el jefe. Luego, dirigiéndose a Nicasio le halagó-: Oye, pero que bien te queda el chaleco. Ya sabes que si quieres curro, en mi grupo siempre nos hacen falta peritos agrícolas preparados… -y volviéndose de nuevo a mí-: Vámonos niño.

Por fin, pensé. Si meto bien el pie y luego el puño, en media hora estoy allí. Y llego a los canapés suecos. El jefe hablaba solo:

-       El campanario ¿pero qué le pasa al campanario? Si hace el “din-dong” como un reloj suizo… ¿los bancos?, hilo radiante “pa” los culos, pero que cosas… -se despidió del concejal de urbanismo-: Bueno adiós Nicasín, da muchos recuerdos a tus padres.

-          Gracias don Demetrio, de sus partes –respondió ebrio y faltón el concejal.

No lo pilló el jefe y salió por pies de la cocina. Farfullaba:

-          ¿Y dónde se ha “metió” ahora el Kunta Kinte? Es que no me dejan vivir…

En la  puerta una robusta escort (mono rojo-chaleco reflectante amarillo-sostén demodé  y casco calimero granate sin abrochar) se le echó encima:

-          Hay Demetrio, no te vayas ahora, ¡que me tienes que ayudar a desmontar el andamio! Ven, ya verás cómo nos lo vamos a pasar…  

No me jodas, pensé, como se ponga a enseñarle los secretos de la construcción, no llegamos ni de coña.

-          Ahora no puedo Prudencia, otro día. Ahora no puedo. Ya vendré. O mejor ¿hacéis domicilio y hotel?... ya te llamo yo cuando tenga un rato…

-          Ufff… –exclamé.

Su politono sonó: los Panchos,  y quitándose el casco se puso el teléfono en la oreja:

-          ¿Síí? hola cariño… (silencio) ¡Qué ya voy, hija, qué ya voy! Pero tú sabes la de tortillas que me tengo que comer para poder llevar los garbanzos a casa….

 El patrón siguió un buen rato escuchando a su mujer con el móvil pegado y el casco en la mano. Nicasio y yo le mirábamos en silencio. Su cara mostraba síntomas de enfado severo. Dijo:

-          ¿Cómo? ¿Lo qué?  -se cambió el portátil de oreja. Se alisó el pelo. Se rascó. Por fin dijo-: Vale, ya voy yo allí y te recojo. Tú no te muevas de la cafetería. Pero luego directos a casa, eh, nada de probarme más bañadores…- Y volviéndose hacia mí, me dijo-: Dame las llaves payaso, ¡qué tengo que ir a buscarla! A quien se le ocurre perder el coche en el aparcamiento del Corte Inglés.

Las saqué y se las di. Pensé en argumentarle que si se iba con el coche: ¿Cómo volvía yo a la ciudad? Pero no era el momento, no era el momento.

-          Dile a Juanito que me he tenido que ir. Por motivos familiares y personales, que lo comprenda y que se busque la vida -añadió.

-          De acuerdo patrón –respondí. No llego a mi cita ni aunque me tele-transporte, pensé. Y el abogado tiene trabajo  para rato. O sea que mejor no contar con él para la vuelta. Me palpé el bolsillo trasero. Tenía treinta euros y eso no me daba para un taxi. Hay que joderse con las rebajas de verano.

Se fue el patrón de la cocina al rescate de la familia, y me quedé tirado. La música ambiente entró entonces con angelitos negros, de Machín.

Solo, colocado y sin medio de transporte. Pues vaya plan. Me despedí con un gesto de Nicasio y volví al salón. Ya no llego, pensé.

 

Me aburro. Aquí no pasa nada. La banda sonora del “Moulin” atronaba. Eché de menos un balancín colgado del techo y girando de lado a lado, con una de las niñas haciendo de Nicole Kidman. Pero pensándolo bien, al final se muere la prota en la peli y en el sector de la construcción la seguridad es lo primero.

Noté que me miraba alguien. Era doña Rosa. Se acercó, me arrinconó y tras media docena de achuchones de abuela en cara y cuello me dijo:

-       Gracias por quitarme a Remigio de encima; es que son insaciables con los cuartos.

-       A mí me lo va usted a contar, “seño”.

-       Si siempre me has sido tú muy listo...

-       “Pa” lo que me vale…

-       ¿Qué estás leyendo ahora Giner?

Pregunta trampa, pensé. Profe has sido y profe serás. Respondí:

-          Nada, “señorita”. Bueno, uno de hazañas bélicas…

-          Anda, no me engañes tontín, con lo que yo sé que te gusta. Te veo triste, Ginesito ¿Qué te pasa?

No se las puede ocultar nada, pensé. Se me iba la cabeza a mi Úrsula. La acababa de conocer pero me tenía enajenado. Olía a mantequillas. Encima me estaría esperando y yo, sin un duro y sin transporte. Pensé en pedirle un préstamo pero me dio cosa hacerlo.

-          Nada, doña Rosa, nada –respondí-. El trabajo, ya sabe… Por cierto, muchos recuerdos de Madre.

-          Hay niño, qué alegría me das. Dile que la echo mucho de menos. El mes que viene es su cumpleaños ¿no? A ver si un día la llamo y nos vamos a merendar picatostes. Díselo, ¿no te olvidarás?

-          ¡Qué noooo…!

-          Vale, no te enfades. Te voy a cambiar esa carita de pena, hijo -me dijo tras desnudarme el alma con una mirada-. Ha venido una universitaria rusa y necesita que la echen una mano con los deberes.

-          No sé si me voy a acordar, señorita.

-          Da igual. Tú haz lo que puedas. Me parece que le gustan los morenos, a ver si se te quita el estrés ese que me llevas encima.

No podía hacerlo. No con ella esperándome. Decliné la oferta con educación y me fui a la barra a por un combinado de güisqui de doce años, y, con suerte, batido de fresa. Doña Rosa me miró alejarme.

 

El festejo seguía su curso ajeno al reloj y a mis cuitas. Fuera serían ya las seis y a cuarenta y un grados, pero dentro las luces y las bombas frio-calor despistaban. El personal invitado remiraba al otro personal. Empezaba la hora bruja. En la mesa del buffet ya no había barullo. Ni papeo.

El olor de los puros y el terruño luchaban contra los Adolfo Domínguez y Nina Ricci; y les derrotaban. Los platos, sin recoger. El estéreo al máximo, retumbaba. Las chicas y los convidados intercambiaban gorras, cascos, chalecos de herramientas y lances galantes. Los monos daban calor y ya habían cumplido su función; fuera. Los conjuntos de interior aparecieron, al aire. Reconocí los modelos Ballet, Súper Ángel, Club Pinky y uno que me pareció el Spanish Pasión (encaje sedas rojo y negro con ribetes vinilo). Los tacones en su sitio, innegociables, sólo pueden quitárselos al final; otra norma de la casa.

En una esquina Remigio intentaba desabrocharse la bragueta mientas blandía una cinta métrica (plástico duro, cinco metros, autofijable). Una eslava le miraba sin entender bien de qué iba.

Dos cartageneras morenas desde lo alto del andamio, armadas con casco y llana plana del siete, rechazaban entre risas el ataque conjunto del bedel y el secretario, en formación de asedio con ayuda de una escalera de pintor (siete escaños, plegable, aluminio fino, ligera). Una marcha militar prusiana puesta por Lola Teclados les enardecía.

Era el momento de los postres según el programa del convite. No estaba yo de humor para fiestas temáticas. Vaya día, pensé: primero el madrugón, luego el complot, ahora sin coche y encima no llego a la cita ni borracho. Mejor me voy en autobús a leer un rato en casa.

 

Me alejaba andando “bocaatrás” cuando choqué con una chica alta. Iba con peto de tirantes, blanco y ojos verdes. Casi la tiro un plato (modelo sküll, rojo, treinta y tres cts.) que llevaba en la mano. Con restos de caviar, huevo, patatas fritas y cáscaras de altramuces.

-          ¡Hui! Qué me atacan –dijo. Y sonrió con esa carita de eslava que tienen.

-          Perdona bonita –respondí.

-          Hola. ¿Eres Giner?, me ha dicho la señora “Rousa” que inventas palabras y me vas a ayudar con los deberes de mañana.

-          Pues va a ser que no.

-          Ayúdame “porfa”, tengo que hacer un comentario de texto sobre el lexema… pero ¿eres tú Giner?

La olí. No olía a carmín, ni a maquillaje ni a cosmético. Sólo a jabón de lavar. El peto dejaba entrever un top osado y portaba alas de mariposa azules a la espalda. Y era miembro del ex imperio soviético venido a menos. No podía desairarla sin más. Le respondí:

-          Sí, yo mismo. Para servirla señorita. ¿Cuál es su patronímico, jovencita?

Por la cara de asombro que puso deduje que debía ser nueva la becaria. Era joven. Le falta un hervor en la biblioteca, me dije. No le había dado tiempo. Se lo traduje:

-       Tu nombre guapa. “¿Jau is yur naim?”

-          Ah, sí, me llamo María Pía. Pero me llaman Natasha o Natacha, o como tú gustes.

-          Sublime, Natasha; me gusta, es nombre de princesa, en la guerra y en la paz…

-          ¿Entonces me ayudas? –respondió mirándome de arriba abajo.

Deseé haberme puesto pantalones largos, pero ya era tarde. Sentí un escalofrío. ¡Qué miedo!, pensé. Se sabe que últimamente en las bodas que se celebran en la zona ya no se dice eso de: “Juntos hasta que la muerte os separe”, sino lo de: “Juntos y hasta que la rusa os separe”.  

¿Qué hago? Por dar una clase de gramática no va a pasar nada, me dije. Calculé los tiempos: por mucho que quiera ya no llego. La charla se ha acabado y se habrá cansado de esperarme. Ya la veré el domingo…

Busqué a doña Rosa con la mirada y cuando logré contacto visual le sonreí. Me devolvió una carcajada y un gesto con la mano como de: “¡Qué menos!, esmérate niño, esmérate”. Obtenido el visto bueno me volví y dije:

-          Venga, pero rapidito, que eso esta chupao…

-          Vale, vamos arriba -dijo mientras dejaba el plato sobre una pila de ladrillos ambiental, se inclinaba grácil y se quitaba el calzado de tacón. Llevaba calcetines blancos de punto.

-          Ok.

-          Las alitas si te gustan me las puedo dejar puestas… -y tomando un arnés del suelo al vuelo, añadió-: Oye, ¿es verdad que eres “mataor” de reses bravas? ¿no te da miedo?

-          A veces –improvisé. Pensé en ella. Bueno por un día y por una vez no pasaba nada.

Y así empezó la noche para mí. Que ladrona la seño, pensé. Si es que nos calan el ser y después nos llevan donde les place. Me salió un:

-       ¡Matador de reses bravas! Sólo se le puede ocurrir a una maestra.

-       ¿Cómo dices? –me preguntó.

 

Lola DJ pinchó el “This is the end” de los Doors. Subiendo por las escaleras me tropecé con Nicasio. Iba con las dos, del mismo Ankara. Nos sonreímos cómplices, cada oveja con su pareja. Le guiñé un ojo y nos fuimos cada uno por su lado, siguiéndolas.

Cuando llegué a la puerta de su habitación, suite Mendoza, inspiré hondo: Olía… ¡olía a tinta china y a colonia Nenuco!