jueves, 27 de septiembre de 2012
martes, 25 de septiembre de 2012
lunes, 24 de septiembre de 2012
LOS SONIDOS DEL CEMENTO.
Sonaba a obsceno: ¡Splatch!
El cemento fresco al
caer sobre el ataúd hacía un ruido obsceno. Silencio. ¡Platch! Pausa. Recoger
del montón, levantar la pala…, soltar: Splatch. Las campanas de la iglesia repicaron.
Recogimiento, luz y calor. ¡Splach! Sol de agosto, gente, sollozos y sudor. Los
abanicos luchaban contra la calima. Las hormigas voladoras daban vueltas entre
el gentío ajenas al evento. No me parecía
un lugar adecuado para una primera cita. Se me iba la cabeza. Pobre chaval.
Ayer de fiesta y hoy en el hoyo. Vaya marrón que has dejado, tontolaba.
Rasc…, pausa, ¡plach! Inclinarse, recoger del montón, lanzar. Los enterradores,
peto y botas pocero, seguían a lo suyo con un ritmo monótono, trágico e
indiferente. El sudor les empañaba la cara y los monos.
Desde el poyete del apartado
panteón al que me había subido y a la sombra de un ciprés lo vislumbraba todo. Tumbas
descuidadas, estatuas para cadáveres con posibles, conejeras, mármoles sucios,
flores y matojos secos. Cruces de hierro y rejas robinadas. El foco era el
agujero; alrededor entreverados e incómodos, de pie, los familiares y amigos. Todo
el pueblo estaba allí. Las hormigas voladoras seguían revoloteando molestas ajenas
a todo. Incordiando entre cañizos caídos.
El cura en morado desentonaba
entre la vestimenta de negros, trajes chaqueta de verano y ropa de temporada de mercadillo. Los operarios
de las palas a lo suyo…, splach!… Un cencerro redobló. Volví a pensar en el
difunto. Tanto estudiar Nicasio ¿para qué?
Recordé los
homenajes que nos habíamos corrido juntos y sonreí. ¡Y acompañados! Volví a sonreírme:
-
¡Qué nos quiten los meneos, señor concejal! –le dije en ausencia.
Una señora me miró
recelosa, recriminándome. Me encogí escondiendo mis bermudas granate y las chanclas.
No era lo más apropiado para el momento, ya lo sabía, pero yo tenía una agenda.
Serios y alicaídos,
lo que quedaba del consistorio municipal aguantaba en primera fila la pena y el
bochorno del verano murciano. Treinta y siete grados y no era el mediodía aún. Hoy
volverá a pegar, pensé.
¡Splatch! Una
paletada de cemento fresco cayó sobre el Cristo yacente de la tapa, manchando
de gris al crucificado y salpicando la madera color roble libanés. ¡Toma ya! ¿Lo han hecho aposta?
Mi patrón detrás de
ellos, preocupado. No era para menos. El chaval había palmado sin firmar y se
jugaba mucho en el envite. A su lado el abogado de color de los socios:
Mister John Goodenought (mal traducido en
Juanito el BastanteBueno).
Desde lo alto de mi
tumba oteé el Valle y las laderas que subían hasta el pueblo. Al fondo, a lo
lejos, la carretera. Miré al camino de polvo, con cipreses semisecos a las
veras, por el que habíamos venido desde la iglesia, andando, penando, sudando. El
párroco guiando; con devoción y maneras. Junto a él el sobrino del paquete de
monaguillo portando la cruz de Calatrava en alto con esfuerzo y equilibrio. De
seguido y llevada a hombros por los amigos de la peña, la caja; luego los
padres, familiares, el consistorio, mujeres viejas llorando, hombres adustos…
Cerraba el cortejo
el cabo de la policía municipal con un perro mezcla de pastor alemán y punto
filipino. Me examinó de arriba abajo y me dijo con la mirada:
-
Tienes carne de hostias y huesos de calabozo; ya te pillaré.
-
Una mierda para la guardia urbana y el sistema tributario español –le
respondí mentalmente-. Todos sois iguales –me dije recordando al sub brigada
Rufo.
Y allí estábamos encerrados
en el mismo recinto: solar polígono catorce del proyecto, justo en frente de
los vestuarios del futuro campo de golf. Pasillos enjambados, visigóticos. Ah, ¡cómo lo
iba a cambiar todo aquello el progreso! Si les dejaban claro…
Eché un vistazo a la
colina oriental del monte donde se
levantaba la ermita de la Virgen de los Hitos. Allí terminaban las lindes de
las tierras del patrón. Enfrente, al Oeste, la antigua torre del telégrafo
óptico, el heliógrafo.
Los Otros, los
rivales, tampoco habían fallado. Trajeados de oscuro. Se les marcaban los
trozos húmedos y pegajosos de las camisas entre las axilas. El promotor enemigo
cuchicheaba con su vecino: su abogado extranjero. No parecían abrumados; ni lo
estaban. Ellos ya tenían su licencia de obras firmada. Por un cadáver.
Me impacientaba. Llegaba
tarde a mi cita. ¿Cuánto va a durar esto? Qué manía lo de sellar el ataúd con
cemento; es la moda, pensé, la época. Vaya mierda de burócratas autonómicos que
teníamos. Ni somos egipcios ni se va a escapar. Hay que pensar en el dolor de
los deudos. Vamos, digo yo. Además he quedado.
¡Plach!..., ¡splach!...
La pasta gris volaba incesante, sin descanso. Silencio. Lloros reprimidos. Agitar
de pies. Los abanicos zumbaban. Un niño cazaba a mano a las hormigas voladoras en
su indiferente trajín. Su madre, al vuelo, le dio en el cogote. Buen cate,
pensé. Sin malicia, para enseñarle urbanidad y respeto a los muertos.
Por fin uno de los
currantes bajó al hoyo y con una llana rellenó huecos y alisó la mezcla sobre
el ataúd. Silencio. Ras…, ras… Calor. Polvo. Lágrimas negras. El aroma y el
rosa de las adelfas silvestres desentonaban. De un salto volvió arriba. Pidió
la venia y el alcalde la concedió. Paletadas de tierra rellenaron los huecos. Arrimaron la
losa encima y la ajustaron, raspando. Recogieron sus palas y se marcharon.
Alcancé a ver su logo impreso en rojo sobre el mono azul: El Buen Reposo s.l.,
servicios integrales.
Junto a mí, los gemelos
Curcumado y Godehardo se agitaban inquietos. Cerca, el enano Nicomedes y Sergio
el Rubio se incordiaban mutuamente. El sacerdote acabó su oración y empezó a perorar.
Su vista pasaba de la desconsolada familia al hoyo y de éste al alto azul. Un avión
pasó a lo lejos y ensució el cielo con su estela. Unas palabras me distrajeron:
-
¿Pero qué les dice ahora? ¡Qué estén alegres! A la madre. Qué ya está
en un lugar mejor. Éste es un “liro-liri”. Se le mata el hijo en accidente (siniestro
total), tardan ocho horas en encontrar el coche (policía municipal y bomberos)
y otras dos en recomponer al muerto y hala: ¡alegría, alegría! Qué ya habrá
llegado al cielo.
No era el momento. No
dudo del poder balsámico y consolador de
lo de la vida eterna y la resurrección, pero cada cosa a su tiempo. Un
insecto revoloteaba raudo. El chaval falló en su intento. La madre no.
Vaya orgía de
sentimientos y trámites que se me trae la parca consigo, pensé. A mí cuando
toque que me metan en un saco de arpillera y me incendien; y que dejen mis
cenizas en el horno crematorio. Así ahorro en gastos y me evito el viaje hasta
el infierno. O por lo menos lo acorto y me voy haciendo a la idea.
Doña Rosa y sus
chicas de pié aguantaban las lágrimas
con dificultad. Dos bielorrusas cedieron al llanto. Detrás el capitán y el
portero del equipo de fútbol, atentos al juego. Volví a pensar en Nicasio. Era
un tipo legal, casi de mi quinta. Ya no
cumpliría los veintiséis vivo. Me daba a mí que venía del Rouses cuando lo de
la salida de la carretera.
¿Triunfaré en la
playa? Mucho se me tienen que torcer las cosas para que no avance… Aunque es
mucha hembra la Úrsula esta.
Las hormigas
desaparecieron de pronto como asustadas por algo. O en busca del macho rey para
la cópula de la ganadora, pensé. No sé que tienen los camposantos que me ponen
muy burro. No es necrofagia, en absoluto, debe ser lo del eros y el tanatos. O a
que por fin tenía una cita con mi chica. Mi primera cita. Me dio un retortijón.
¿Dónde habrá un servicio? En el camposanto no, seguro
La losa ya estaba
sellada con silicona negra anti-moho y
el ungido acabó con su discurso feliz. Hora de pirarse entre el tumulto de los
pésames. Una voz sonó recia:
-
¡Retinta!, al aprisco…
La cabra, a la voz
de mando, se alejó triscando. ¡Qué
olfato!, me dije. Flores frescas y aquí que me vienen, sin invitación. Miré
alrededor preparando la huida y vi al patrón que se acercaba a mi zona. Mejor me largo, que éste
me lía, pensé. No iba a poder ser. Ya había establecido contacto visual y no
tenía excusa si me iba ahora. ¿Qué querrá? Pues que iba ser: algún mandado.
Esto se iba a
complicar. Miré el sol: las once cuarenta. Si meto el puño a lo mejor llego. Aunque
hay un trecho y en domingo con el tráfico nunca se sabe. Mejor le aviso. Mientras el jefe sorteaba tumbas, estatuas de
angelotes caídos y cruces, saqué el móvil y puse un SMS:
“hola
guapa, estoyenmisa. llego una pizca tarde besos Giner”
Me pareció un motivo
suficiente y razonable y lo mandé.
Los padres se iban sin
hacer el pasamano y en su camino venían hacia mí. ¿Qué hago? Le tenía ya delante.
Traje negro, digno. Dolido. Me sentí mal por él y me salió un:
-
Puta hostia… -Me abrazó con cariño. Apretó y me dijo al oído:
-
Gracias –y siguió camino. Después venía ella. Llevaba esa cara de
agravio absoluto que se les pone a las madres que tienen que enterrar a un
hijo.
-
Me cisco en la red viaria, y en “to” lo que se mueve… -Ella bajó la
vista. Puso su mano en mi antebrazo, me pellizcó en la mejilla y me respondió:
-
Cuídate niño, cuídate mucho. Y no me corras, por favor no me corras…
Me llegó hondo. Lo
malo de matarse joven es que lo que has hecho se olvida y lo que habrías podido
hacer ya no lo harás. Ya no cumples años; te cumplen aniversarios de funeral los
que se quedan. No es justo…
Pero el jefe llegaba
y tuve que dejar la oración. Me tenía frito el curro pero estaba pillado por
las deudas. Tras circunvalar la adelfa florida y el ciprés ya estaba allí. El
sudor humedecía su fino bigote. Me quité las gafas, y con la mezcla de respeto
y campechanía adecuados al momento y la ocasión, le dije:
-
¿Sí patrón? A su disposición en la tierra y en la mar…
Suscribirse a:
Entradas (Atom)