No se puede vivir sin
consumar el amor, siente Giner.
Y así le va al
protagonista del pueblo. Durante el verano en su Murcia natal, involucrado en
los planes para construir dos macrourbanizaciones en un Valle abandonado, se
las ve y se las desea para conseguir un lugar digno donde intimar con una
escandinava madura que le tiene enganchado.
Para lograrlo, apoyado
en su olfato de fumador compulsivo, pensará, soñará, planificará y contratará
un equipo para ejecutar las acciones que le son necesarias, que hacen falta.
Por el camino
malentendidos, la playa, una sucursal bancaria gibraltareña, combinados de
nacional y extranjero, hurtos, corrupciones, ambiente laboral, socios, el mar,
aseos comunes con cola, gordos yanquis enfermizos, niñas alegres, préstamos a
bajo interés, concejales, ex maestras, guardia urbana, un abogado de color,
restos arqueológicos musterienses y hasta una gota fría.
El deseo exagerado
nubla el juicio y vuelve osado al ser humano. Ese ardor que ciega y el
azar le llevarán inexorablemente a un
desastre tan previsible como inverosímil.
Pero los dioses del
mundo son guerreros, placen de un final feliz; y en daño colateral impropio con
la ayuda del sector financiero, salvarán a nuestro héroe enamorado.